El cielo se cubrió de luz,
el candil de su voz
dejó paso.
Se abrió la senda
que conducía
al deseo y sus manos
de seda acariciaron,
como una ninfa,
sin rubor,
cogió su mano
y dejó que el tiempo
no fuese un extraño.
Partió la fragata
sin olvidar sus años,
pronunció su nombre
y las arrugas se volvieron
de alabastro.
domingo, 7 de diciembre de 2008
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